10 mayo 2010

Anatomía de un crimen. Entrevista a Álvaro Abós


En “Kriminal tango”, Álvaro Abós larga al ruedo al inspector de Homicidios Juan Muñecas, en una trama compacta y tensa. El libro se convierte en una perspicaz radiografía de una sociedad sitiada por la impunidad, y a través de una prosa despojada, su autor confirma como lo ha venido haciendo desde “Restos humanos” (1991), “El simulacro” (1995) o “Cinco balas para Augusto Vandor” (2006): legar una interpretación del mundo interrogando a la humanidad a través del crimen. Sin omitir su impacto, su alcance, y su significado social y político.

Por Augusto Munaro

En “Kriminal tango” (Alfaguara) el inspector de Homicidios Juan Muñecas debe hallar al culpable por el asesinato del contador Claudio Levisnki cuyo cadáver apareció calcinado dentro de un ataúd de nogal cerca de los muelles del puerto de Buenos Aires. Según los peritos, el contador había sido quemado vivo. A pesar de haberse perpetrado el crimen en plena luz del día, no hubo testigos. ¿Venganza mafiosa, oscuros intereses financieros, algún pliegue inconfesable en la vida de la víctima? Con esas pistas mínimas, Álvaro Abós inicia la odisea de reconstruir los hechos que tuvieron su brutal desenlace aquel mediodía del 19 de mayo. Con la pericia de un forense, Muñecas analiza junto a su colaborador directo, Valentín Magro, cada parte del rompecabezas cuya pieza faltante es el mayor secreto del muerto: su misterioso asesino. Así es como ingresan a los bajos fondos de una Buenos Aires desquiciada por una realidad ominosa con el fin de encontrar al culpable.

—La estructura narrativa de “Kriminal tango”, cuyo centro es el crimen, responde al género policial. A su vez explora los complejos mecanismos de la corrupción, el poder, la violencia y la impunidad...

—“Kriminal tango” narra la investigación de un crimen cometido en la ciudad de Buenos Aires, en la época actual. Sus protagonistas son la víctima, sus relaciones, diversos policías y otros personajes que se mueven en variados ambientes ciudadanos. La corrupción y la impunidad del crimen son situaciones presentes en la vida de la ciudad. Todos los días leemos sobre ellas en los diarios, charlamos sobre ellas en el café y en la peluquería. Por lo tanto, corrupción, violencia, impunidad... integran el clímax de Buenos Aires. Como tales, se colaron en la novela, sin que el autor se diera mucha cuenta.

—¿Se sitúa más próxima a un policial negro o de enigma? Dado que por momentos los límites tienden a desdibujarse, siendo ambos a la vez.

—No me conforman esas calificaciones, que estuvieron tan presentes en el “revival” que, en los años sesenta, vivió el género policial. Por ejemplo, ¿qué quiere decir “policial negro”? Si es policial, es negro. Si una novela narra un crimen cuya autoría no se conoce, es natural que haya un “enigma”. Quizás sea más útil hablar de “narrativa criminal”. O bien, lisa y llanamente, de novelas que narran crímenes.

—¿En qué difiere entonces la literatura policial de la criminal?

—Trato de responderme yo mismo a esa pregunta desde que, obedeciendo a una obsesión la obsesión es siempre la madre de una empresa tan absorbente como escribir una novela- empecé a redactar “Kriminal tango”. Justamente, haber elegido a un policía como protagonista, es quizás una tentativa en todo caso inconsciente, pues al escribir narrativa yo no busco demostrar teorías sino simplemente, narrar- de restituir el “policial” a un “policía”.

—¿Por qué cree que el crimen constituye uno de los grandes núcleos de la narrativa?

—Porque desde la Biblia (“Cain mató a Abel”) hasta la tragedia griega (Edipo) el crimen ha sido narrado una y otra vez como una experiencia perturbadora quizás la más radicalmente perturbadora- de la naturaleza humana. Es, junto al amor, la situación básica en el Dante, en Shakespeare y en toda la literatura desde entonces.

—La novela tiene a Buenos Aires como escenario de un crimen. Sus barrios, calles, así como también circunstancias absolutamente reales referidas de forma explícita como en una crónica.

—La verosimilitud de la historia no sólo me preocupó siempre, en realidad es lo que más me preocupó, o quizás lo único que me preocupó. Por verosimilitud entiendo que la historia, o mejor dicho la narración de la historia, “funcione”, es decir que crezca, que avance. Una lectura fina demostraría que traicioné detalles de la realidad calles, lugares, épocas- en función de esa verosimilitud y de ese funcionamiento interno. Lectores que advertirán esos detalles no faltarán. Algunos por cierto me lo harán saber, como ya me ha pasado en otros libros ficciones o no ficciones- que tienen por escenario el laberinto de la ciudad. Buscar los errores en los que incurre un escritor es un deporte que nadie deja de practicar. Lo sé porque yo mismo lo practico.

—Tengo entendido que el asesinato fue parcialmente tomado de una crónica ocurrida en 1992. ¿De qué modo tomó el tema y lo transformó para poder ficcionalizarlo?

—Primero lo investigué como hubiera hecho para escribir una historia de “no ficción”. Cuando decidí transformar ese material en una ficción, traté de olvidarme de toda esa información. Para evitar tentaciones, hasta destruí los documentos (fotocopias, apuntes, etc.) que había acumulado.

—También el tango atraviesa el libro de modo muy particular.

—Cuando se me ocurrió el personaje lo imaginé “con tango incorporado”. Los personajes de una novela me nacen con todos sus “ingredientes”. Tenía que apellidarse Muñecas, tenía que ocupar una oficina vieja en el Departamento de Policía, tenía que vivir en la calle Cuenca, tenía que tocar el violín en un reducto tanguero del barrio de San Cristóbal como manera de aguantar su horrible trabajo. En la novela, el tango no es una intrusión deliberada sino un elemento del clima porteño. A mi juicio, el tango “respira ” hoy por todos los poros de la ciudad. Es como la humedad, la frustración o las puteadas.

—Algunos capítulos -como aquellos referidos al modo de vida que llevaba la víctima, el contador Levinski, entre reuniones de directorio, audiencias y citaciones judiciales- por la precisión que han sido narrados, revelan su pasada experiencia como abogado laborista.

—En otros libros, incluso en alguna novela como “Cinco balas para Augusto Vandor”, mi experiencia sobre la vida sindical me sirvió para ambientar la acción. En el caso de “Kriminal tango”, no creo que ello haya sucedido, pues el contador Levinski no se ocupa específicamente de temas laborales sino más bien de “emprolijar” negocios sucios mediante balances truchos. De todos modos, nada de eso sirve a la hora de escribir ficción. Decía Flaubert que cualquier mujercita puede escribir una novela sobre la vida militar: le basta pasar por la entrada de un cuartel y mirar hacia dentro.

—Parecerá tal vez una obviedad, pero ¿por qué crimen es sinónimo de enigma en este tipo de narrativa?

—Un crimen es un enigma siempre, sencillamente porque nunca nos acostumbraremos a que un don como la vida pueda ser segado por alguien que pertenece a la misma especie.

—Por último Abós, ¿existe el crimen perfecto?

—El crimen perfecto es para los asesinos como la novela perfecta para nosotros, los escritores: sabemos que no existe, pero igual la perseguimos, sin descanso.


Foto: Alejandra López

http://www.ellitoral.com/index.php/diarios/2010/05/08/arteyletras/ARTE-01.html

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