05 mayo 2010

David Torres: recuerdos, anhelos y miedos


El escritor y periodista David Torres nos visitó ayer por la tarde en el congreso para ofrecernos valiosos retazos del proceso de creación de su novela negra “Niños de tiza”, llena de recuerdos de infancia, un libro que podría haberse convertido en unas memorias pero que finalmente tomó la forma del género. “Pertenezco a la última generación de niños que se crió en la calle. En el juego de policías y ladrones te acababas dando cuenta de que, al final, daba un poco igual el lado en el que eligieras estar”. Acostumbrado a tomar detalles de su propia experiencia y de la de los demás para convertirlos en material literario, Torrres reflexionó de un modo casi teológico sobre la permanencia del Mal, su lado oscuro y desagradable frente a las tendencias que le otorgan glamour a lo maléfico y disertó un buen rato sobre cierto tipo de novela negra en la que los malos siempre son otros, “una pomada moral” que anida en esos bestsellers nórdicos que todo el mundo ha leído.


“En mi barrio vivía una sirena”. Con esa frase comienza “Niños de tiza”, palabras tomadas de una historia que le contó la también escritora Vanessa Monfort y que sirvieron de espoleta para que Torres construyera la novela que llevaba tiempo en su cabeza, forjándose poco a poco con vivencias personales y ajenas. “El personaje de Roberto Esteban tiene parte de mis recuerdos. Él es lo contrario de lo que yo soy, pero de alguna manera es muchas cosas de lo que a mi me gustaría ser. Trabajamos con recuerdos, anhelos y miedos, y con ellos construimos a los personajes, que son una especie de Frankenstein de retazos, y una novela se construye más que con ideas, incluso más que con palabras, con personajes”.


En su libro, una niña muere y David Torres parafraseó a Narciso Ibáñez Serrador diciendo “¿Quién puede matar a un niño?”, una pregunta que planea sobre toda la obra. “¿Quién puede hacer eso? El Mal es el motor de la novela negra, y no hay que irse muy lejos para encontrarlo. Pero hay dos maneras de tratarlo: el atajo, un seguro para los bestsellers, en el que el más son los demás, es algo definible y externo a ti, una pomada moral que te deja tranquilo. La otra manera es tratar al Mal tal y como es, escandalosamente chapucero tremendamente torpe y maloliente, sin ningún tipo de glamour, algo que es fundamentalmente ignorancia. Y no nos gusta que nos digan que el asesino podría ser uno mismo. Eso toca la fibra honda”.



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